Una madre de 85 años fue asesinada por su propio hijo en estado de ebriedad, en Huancapi. El caso expone una alarmante realidad: el consumo de alcohol sigue siendo una de las causas más dramáticas de homicidios familiares en el país.
En una humilde vivienda de adobe, en la capital de la provincia de Víctor Fajardo, se apagó la vida de Doña Felipa Chipana Viuda de Quispe, de 85 años, víctima de uno de los dramas más dolorosos que azotan silenciosamente al país: el parricidio impulsado por el alcohol.
El lunes 14 de abril de 2025, las celebraciones de Semana Santa en el distrito de Huancapi se vieron empañadas cuan do Anselme Quispe, su hijo de 56 años, regresó a casa tras una noche de excesos. Embriagado y alterado, reaccionó vio lentamente ante el ruego de su madre: “¡Anselme, por qué tomas tanto, hijo, te hace daño!” fueron las últimas palabras que Doña Felipa alcanzó a pronunciar antes de recibir un brutal golpe que la lanzó contra el suelo, fracturándole el cráneo.
Lejos de buscar ayuda inmediata, Anselme, en su confusión alcohólica, cargó a su madre inconsciente hasta su cama, pensando que solo había sufrido un desmayo. Luego, volvió a salir para conseguir más alcohol, sin imaginar que la tragedia ya se había consumado en su hogar.
Al amanecer, aún con la resaca quemándole las sienes, Anselme descubrió el cuerpo inerte de su madre, con el rostro magullado por los golpes. El grito de dolor que siguió fue en vano: Doña Felipa ya no respondía. Desesperado, pidió auxilio a los vecinos, pero cuando la Policía Nacional llegó al lugar, solo pudo certificar el deceso.
El Ministerio Público, a través de la Fiscalía Provincial Penal de Víctor Fajardo, actuó de inmediato: la fiscal Ana Paucarhuanca Rondinel y su equipo solicitaron y obtuvieron seis meses de prisión preventiva para Anselme Quispe, quien confesó su crimen con lágrimas y un arrepentimiento tardío. Actualmente, espera su juicio en el Establecimiento Penitenciario de Ayacucho.
En el ámbito legal peruano, el consumo de alcohol no exime de responsabilidad penal en casos de parricidio. Para que la ingesta de alcohol sea considerada como atenuante, debe demostrar se que afectó significativamente la capacidad del individuo para comprender la ilicitud de su acto o para actuar conforme a esa comprensión. Anselme Quispe, sin duda enfrentará una acusación fiscal por el delito de parricidio que está tipifica do en el artículo 107 del Código Penal peruano, que establece:
“El que, a sabiendas, mata a su ascendiente, descendiente, natural o adoptivo, o a una persona con quien sostiene o haya sostenido una relación conyugal o de convivencia, será reprimido con pena privativa de libertad no menor de quince años.”
Si concurren circunstancias agravantes, la pena puede aumentar hasta 35 años de prisión
Un drama que se repite La tragedia de Doña Felipa no es un hecho aislado. En el Perú, el parricidio vinculado al consumo de alcohol es una realidad que, aunque poco visible, deja un rastro imborrable de dolor. Según el Poder Judicial, en 2023 se registraron 58 denuncias por parricidio y, entre enero y mayo de 2024, ya sumaban 22 nuevos casos. Actualmente, 486 personas purgan condena por este delito, en su mayoría hombres de entre 25 y 44 años.
El alcohol, que en 2019 ya era responsable de 2 millones de muertes masculinas a nivel mundial, sigue mostrando su rostro más sombrío en rincones como Huancapi. Estudios en Perú han demostrado una relación directa entre el consumo excesivo de alcohol y la violencia intrafamiliar, un terreno fértil donde discusiones cotidianas pueden derivar en homicidios atroces.
En Ayacucho, la muerte de Doña Felipa estremeció las celebraciones de Semana Santa, en un contexto de violencia creciente marcado también por el asesinato de una psicóloga y la muerte cruel de una estudiante de enfermería, quien fue descuartizada tras ser violada por su primo y un cómplice, casos que pusieron en jaque a las autoridades locales.
¿CÓMO DETENER ESTA TRAGEDIA?
Más allá de las cifras, la historia de Doña Felipa pone rostro humano a un problema urgente: la necesidad de políticas de prevención efectivas contra el abuso del alcohol y de programas de intervención temprana en violencia familiar.
No basta con endurecer penas; urge actuar sobre las causas profundas que empujan a hijos a convertirse en verdugos de sus propios padres.
Cada día que pasa sin enfrentar este flagelo, nuevas tragedias se ges tan en el silencio de hogares humildes. Hogares donde un sencillo “¡hijo, no tomes más!” podría ser el último susurro antes de un adiós irreversible.